Encounters at the End of the World

De las primeras y últimas cosas

Quien se cuida con exceso acaba por contraer una enfermedad de cuidado superfluo. ¡Bienaventurado sea lo que endurece! Yo no alabo el país en que abundan la leche y la miel.

Para ver muchas cosas, precisa apartar la mirada de uno mismo: esa dureza necesita todo escalador de montañas.

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

Frente a la mediocridad de lo común, es en los extremos donde se hace visible la lógica que guía los fenómenos. Allí donde la superficie del mundo parece agrietarse dejando vislumbrar la esencia que esconde lo fenoménico; donde el sentido más profundo de lo existente parece imponerse; sólo allí donde el ser humano se siente incapaz para imponer su mirada a una realidad que parece tender al infinito en todas direcciones.

Encuentros en el fin del mundo (Encounters at the End of the World, 2007) es un film que habita esos territorios (si es que ello es posible); Los explora en busca de una verdad más profunda, aquella que Herzog busca insistentemente en su cine y que él mismo define como "una verdad poética, extática" [1].

El film nace a partir de las hermosas imágenes de varios submarinistas sumergidos en el mar de Ross en la Antártica; suspendidos en el azul más profundo bajo una bóveda de hielo. Herzog creará primero un relato de ciencia-ficción en el que estas imágenes representan un lejano planeta bajo una atmósfera de helio líquido (The Wild Blue Yonder, 2005). Sin embargo, era inevitable que acabara siguiéndolas hasta su origen: un continente de condiciones extremas para el ser humano. No en vano, Herzog se ha ganado la fama de cineasta físico que concibe el cine como un esfuerzo penoso, necesario para alcanzar una verdad, y el oficio de cineasta más cercano al escalador que al escritor.

"Herzog se ha identificado siempre con estos personajes en apariencia descentrados, aquellos que se salen de la norma para buscar(se) aun a riesgo de un gran sufrimiento".

Herzog ha explorado a través de su cine estos lugares extremos, de la selva al desierto. Así, en La soufrière (1977), viaja hasta una isla abandonada por sus habitantes, que huyen de una erupción inminente, pero no se conforma con recorrer sus calles vacías, sino que sube al volcán en busca de una imagen definitiva. Sin embargo, cuando se acerca a un hombre que se niega a abandonar la isla asistimos al momento más pregnante de este documental fallido. Un personaje típicamente Herzogiano, que acepta el enfrentamiento con la naturaleza a sabiendas de su derrota.

En la Antártica, la estación Mcmurdo sirve de soporte a científicos de distintos ámbitos. En torno a ellos se ha reunido una comunidad de personas que -como dice uno de los entrevistados, filósofo y conductor de carretillas elevadoras- buscando salir del mapa se han encontrado allí donde convergen los meridianos. Herzog se ha identificado siempre con estos personajes en apariencia descentrados, aquellos que se salen de la norma para buscar(se) aun a riesgo de un gran sufrimiento. Al comienzo del documental, Herzog avisa que no va a hacer un documental sobre pingüinos. Sin embargo, no puede evitar desviar la mirada hacia un pingüino solitario que, separándose del resto, se dirige hacia las montañas, a cientos de kilómetros en el centro del continente, ofreciéndonos una de las imágenes más bellas del film.
La comunicación es otro tema recurrente en la obra de Herzog; normalmente una comunicación imposible, rota por la distancia insuperable entre subjetividades. Las personas pueden convivir, pero difícilmente entenderse. Como ya ocurría en Grizzly Man (2005), esta cuestión es llevada a la relación del hombre con la naturaleza, la gran indiferente. Los científicos de McMurdo tratan de desentrañar sus secretos y se emocionan ante sus logros, por limitados que sean, pero siempre están lejos de la verdad, de obtener una respuesta.

Herzog desconfía de la transparencia de lo visible, lo que le lleva a alejarse de los códigos canónicos del género documental. Su voz y la música manipulan las imágenes para guiar nuestra mirada, pero no es tanto una manipulación interesada como el intento de hacer comprender. Herzog sabe que vivimos rodeados de imagines gastadas, carentes de fuerza y sentido; por eso, no pretende ofrecer una verdad superficial sino restituirnos la capacidad de asombro y de reconocer lo sublime de la naturaleza, la única vía para alcanzar esa verdad inmanente al mundo.

Un grupo de científicos, con la cabeza sobre el hielo, escucha extasiado el canto de las ballenas, imposible de descifrar. La naturaleza, a la que interrogamos constantemente, vive al margen del hombre, se niega a darnos respuesta. Cuando los exploradores de The Wild Blue Yonder regresan a la tierra, encuentran un planeta que ha regresado a su belleza virgen tras la desaparición del ser humano. En Encuentros en el fin del mundo, Herzog reafirma su creencia en esta futura desaparición del género humano, obligado a una resistencia heroica pero vana.

[1] Manifiesto de Minnesota, 1999.
por Manuel Praena Segovia
vía: Kane3.es

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