"Lady Chatterley": Oda a la sensibilidad

"Un filme kilométrico de un tranquilo y pausado desarrollo. El director se posa en los detalles, admira el espacio, venera la naturaleza y deja en entredicho al ser humano.
Es una película no apta para todo el mundo. No hablo de sus múltiples escenas de sexo, comprometidas o comprometedoras (metedoras seguro) sino del tempo que se puede hacer pesado para muchos.

Personalmente, me ha gustado muchísimo pues trata todos los temas fundamentales en la vida pero lo sabe hacer sutilmente, sin que el espectador se dé cuenta hasta muy avanzado el metraje, donde caes en la cuenta y se produce el milagro, la magia. Lentamente, los va deslizando dentro de la película y, cuando ésta termina, uno se da cuenta que todo lo que en ella se ha expresado es la esencia de la vida misma. Desde mi punto de vista no sobra nada. Ni las miradas al horizonte, ni las que se dirigen al cielo, ni la contemplación de los pájaros que vuelan libres.

Trata de la libertad y de la reivindicación personal, entre muchos otros temas. Asistimos al desarrollo emocional de una muchacha tomada en matrimonio demasiado joven. No sabe nada del amor, ni del sexo, ni de la vida misma. Ella es inocente y todas sus intervenciones son de una bondad propia de las vírgenes recluídas que jamás han tenido contacto con el mundo.

Otro de los temas recurrentes que se trata como principal y que sirve de excusa para ir tirando de los demás, es el amor como concepto y sentimiento universal. El amor que está en la base misma de la cadena alimentícia del ser humano. Sin amor uno se siente miserable, sin ganas de vivir. Sin amor somos almas en pena vagando por la vida a la desesperada y sintiéndonos morir por dentro. Nos falta el aliento, nos falta la vida. Y la vida engendra vida y energía y vitalidad. Quien no ama, no vive.

Lady Chatterley se ve sometida a la desidia y al aburrimiento de tener que cuidar a un marido, ex-combatiente, herido en guerra e inválido de por vida. Inválido e impotente. Ambos se ven sumidos en una relación matrimonial de la época, políticamente correcta donde la comunicación se ve supeditada al saber estar en sociedad. No hay muestras de amor ni arrumacos ni abrazos. Se tratan desde una frialdad asustadiza, desde la distancia, dejando al espectador solo ante sus elucibraciones- ¿Es su mujer o sólo la enfermera que lo cuida?- Y a medida que va pasando el tiempo nos damos cuenta de que, en efecto, es su esposa.

Así, van pasando las estaciones y Constance se va sumiendo en una depresión que le quita toda la energía. Ese tedio perpétuo la arrastra hacia la desmotivación de la vida llegando a caer enferma sin estarlo. Es una muy buena reflexión sobre las enfermedades. Muchas de ellas son una somatización de nuestro estado anímico. Es increíble es cómo la mente llega a dominar el cuerpo hasta el límite de hacerlo enfermar aunque esté sano. La falta de amor que engendra el disgusto de vivir, la amargura, la desnaturalización del ser humano.

El médico le recomienda cambiar de aires, así que, coincidiendo con el principio de la primavera (que la sangre altera), Constance coge el hábito de salir a pasear. En uno de esos paseos se encuentra con Parkin, el guardabosques, que tiene por costumbre ir a la cabaña del bosque a pasar el rato. Tengo que admitir que lo que se dice trabajar... ninguno de ellos sabe lo que es.
Constance halla en la cabaña un lugar en el que sentirse liberada de la corrección política y falsa que tiene en casa pues el guardabosques es un empleado y no es que intercambien muchas palabras.
Ese oasis de paz que le brinda aquel lugar y, ciertamente, la compañía de aquel hombre parco y bruto se convierten en necesarios. Así pues, con frecuencia visita dicha cabaña y, por supuesto, al personaje de Parkin, que trajina en ella.

Naturalmente, entre ambos se desata un lujurioso idilio que no nos pasa desapercibido y que vale la pena comentar. Desde el principio uno halla en el otro una pequeña salvación. Ella encuentra alguien que la desea como mujer y eso la atrae irremediablemente hacia él. Para él, ella es una vía de desahogo sexual. El primer encuentro que mantienen es totalmente frío, un uso del cuerpo y un uso del cuerpo del otro sólo para el placer. Un placer al que solamente accede él sin preocuparse del placer de ella. Un encuentro egoísta o vergonzado. Pero Constance no exige nada de él, ni siquiera sus atenciones.
A medida que se desarrolla la historia de amor, vemos cómo la relación que mantienen estos dos personajes va evolucionando y pasa del uso al amor, a la pasión. Poco a poco van descubriendo, en ambos sentidos del término, sus cuerpos tan ajenos al principio. Hasta llegan a venerar el cuerpo del otro. Paulatinamente van encontrándose a sí mismos gracias a dicha unión que les provee de la libertad de ser quienes son sin la mirada crítica de la sociedad.

Y, de pasada, el director Pascal Ferran aprovecha para meter caña a los capitalistas explotadores de la mano de obra. Muy sutilmente nos transporta a la campiña inglesa de entre guerras donde las minas de carbón dan trabajo a pueblos enteros. Los mineros se exponen constantemente a riesgos laborales que derivan en enfermedades respiratorias o el hundimiento de parte de la mina que los deja sepultados sin modo alguno de poder ser rescatados. Muchas viudas lloran l pérdida de sus jovencísimos maridos. Impera el capitalismo y los obreros o, como diría Marx, los trabajadores de cuello azul, se ven obligados a cumplir jornadas laborales interminables que van mucho más allá de lo que hoy consideramos explotación.

Es un filme en el que hay que tener paciencia y del que hay que saber disfrutar con cuentagotas que es como nos narran los acontecimientos. Es muy lenta y por ello, sólo es apta para aquellos que disfruten de la contemplación de cómo las gotas de agua se deslizan por las hojas, por poner un ejemplo.
Es una película muy especial y sólo los que sepan valorarla en su justa medida lo apreciarán."



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