Un hombre de Verdad (Et rigtigt menneske)

Comedia fresca, divertida y, sobre todo, entrañable –y ahí es donde dispone de mayor agarr–, que, sin entrar por ahora en otros deta-lles técnicos ni artísticos, destaca por dos gran-des virtudes. Por un lado, a pesar de contener algunos momentos dramáticos, consigue man-tenernos con una sonrisa compinche de oreja a oreja durante toda su duración, además de a-rrancarnos algunas carcajadas. Y, en segundo lugar, precisamente desde esa relajada posición, desde la risa, invita al espectador a un constante juego de complicidad, de auto-reconocimiento, llevándole a meditar sobre sí mismo, el mundo en el que vivimos y la forma en que (según algunas teorías) nos desarrollamos de niños a adultos, pero principalmente, como seres sociales que somos.

"Un hombre de verdad" es una apuesta valiente, no sólo por mantenerse ale-jada de los cánones cinematográficos que dominan el mercado –certificado Dogma incluido–, sino porque el punto de partida de la historia que desa-rrolla es tan absurdo como ingenioso. Y es que la noción de "tabula rasa" defendida por John Locke ("La mente de una persona en el momento del nacimiento es como una tabula rasa, una hoja en blanco sobre la que la experiencia imprime el conocimiento (...) Todos nacemos buenos, indepen-dientes e iguales."), queda magistralmente recogida en su personaje protago-nista, ese ser ingenuo sin el mayor atisbo de malicia que, como un recién nacido, debe aprenderlo todo sobre la vida, incluída la "maldad", para conver-tirse en "un hombre de verdad".

Su existencia comienza en la fantasía de Lisa, una niña de seis años cuyos padres están de-masiado ocupados con sus respectivos trabajos para ocuparse de ella. Lisa ha inventado un ami-go imaginario que vive detrás de la pared de su habitación y que ella cree su hermano mayor. Tras unas trágicas circunstancias, llega el mo-mento en que este ser se libera de su "encierro" y cobra forma en el cuerpo de un joven. Sin embargo, al igual que un bebé, este inocente personaje, esta página por escribir, carece de identidad y de los conocimientos mínimos para desenvolverse en sociedad. Apenas sabe hablar, ignora cómo satisfacer sus necesidades fisiológicas, cómo llevar a cabo sus hábitos de higiene y todas aquellas habilidades que un niño debe aprender de los adultos que le rodean. Esta criatura –inicialmente llamado P., pero que posteriormente toma el nombre de Ahmed a causa de una confu-sión– nos depara una sorpresa tras otra, y prefiero que sea cosa suya des-cubrir el resto por su propia cuenta antes que avanzarles yo cuanto acontece.
Obviamente, su atípica condición y su extraña conducta generan infinidad de equívocos y malentendidos, pero se gana el cariño de cuantos conoce en su viaje, porque, ¿quién no iba a querer a alguien así, alguien tan bueno y "au-téntico" como P.? En las reacciones de P., en su desconcierto, en su forma de imitar a los otros adultos sin entender el por qué de sus actos y sus palabras, vemos reflejada nuestra conducta social. Ese elaborado código de mentiras –entiéndase en el sentido más amplio– y otros sinsen-tidos que nos permite desenvolvernos como animales sociales adaptados, gente "normal y corriente" que debe "pervertirse para sobrevivir en la jungla", pero que para P. carece de sentido. Esta tierna, inmaculada, "tabula rasa" se va "manchando" a través de sus experiencias. Pero los otros también ven modificado su comportamiento gracias a la presencia de P. La pregunta es, claro está, ¿será capaz nuestro anti-héroe de amoldarse a la situación o el mundo acabará con él? La conclusión...
El personaje central de "Un hombre de verdad" puede recordarnos en muchos aspectos al Chance de "Desde el jardín" (Being There), la aguda novela de Jerzy Kosinkski que fue llevada al cine en "Bienvenido Mister Chance", aun-que con sus diferencias. Chance era también, a su manera, desde su minus-valía intelectual, un neonato para esa sociedad a la que un buen día debía enfrentarse y que, irónicamente, le acogía como a un erudito. El origen y el destino de Chance y P. son distintos, pero no dejan de tener, en su cándida constitución, un denominador común.

Al igual que la comida de calidad no necesita de aditivos ni salsas que enmascaren su insípido o desagradable sabor, como en cualquier película Dogma, la fuerza de este film se encuentra en su hábil guión y en la sólida labor de sus actores (el elenco al completo está estupendo). No ocultaré mis simpatías personales por los excelentes trabajos que nos ha ofrecido este movimiento cinematográfico en los últimos años –a títulos emblemáticos como "Celebración", "Mifune" o "Los idiotas" me remito–, y me reitero, una vez más, en lo dicho en otras ocasiones: esta forma de hacer cine, llámese sobria, desnuda de artificios o quasi-documental, permite recuperar una mayor espontaneidad en la ficción y acortar distancias entre la historia y el público, que siempre es de agradecer. "Un hombre de verdad" vuelve a ser el caso.
Sirva como conclusión indicar que nos encontramos ante una película "tripe I": imaginativa, interesante e inteligente, que se gana el afecto del espectador a pulso. Cuánta disección y reflexión entraña "Un hombre de verdad" con su humildad de limitados recursos materiales.

vía: LA BUTACA


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