UN HOMME QUI CRIE


Este drama ambientado en el Chad actual sobre combina perfectamente un estilo sobrio y sereno de narración que se contrapone con el desarrollo narrativo trágico de tanto de la vida de su protagonista como también de la situación que vive su país. En el fondo amargo y de aspecto costumbrista, el filme se encierra excesivamente en algunos momentos en su silencio pero la medida interpretación de su protagonista, Youssouf Djaoro, prácticamente no necesita dialogo.

La vida de Adam, un hombre de cincuenta y cinco años que fue en su juventud campeón de natación en su país, Chad, gira alrededor de la piscina del hotel en el que trabaja. Su hijo es su ayudante en el puesto pero a raíz de un cambio en la dirección del hotel, Adam es degradado a ser el guarda de la puerta y del trabajo de la piscina pasa a encargarse únicamente su hijo. Con el país amenazado por las fuerzas rebeldes, Adam se encuentra presionado por el jefe de distrito a pagar un tributo para la guerra o dar un voluntario. Herido y resentido, Adam toma una decisión de consecuencias dolorosas.



Con una apariencia de simplicidad formal y con sencillez narrativa, el director Mahamat-Saleh Haroun construye un relato siempre controlado y casi con apariencia de parábola. Un padre que se siente traicionado y humillado comete un pecado casi imperdónale, que hace que su vida se desmorone mientras a la vez su país también lo hace. En pocos momentos se dice algo de forma explicita y en ninguna ocasión se recurre a un momento altamente dramatizado. Toda la narración es contenida, sobria y hecha con inteligencia aunque el drama que se va a desencadenando resulta siempre obvio.

Es especialmente notable la gran labor de dirección que, con una gran calma narrativa, carga la historia con creciente tensión, haciendo que el contraste entre el estilo y tono del filme se combine con la gravedad de los hechos de las acciones que se muestran con una extraña y bella armonía.

Para lograrlo, en algunos momentos la película abusa de sus pausas, silencios y situaciones en las que de una forma naturalista los personajes hubiesen expresado alguna de sus emociones. Ello no resta valor a este filme costumbrista pero sí evidencia ocasionalmente cierta premeditación y orquestración. La ruptura emocional del protagonista así como la del país en el que vive son vistas pero un poco mas de exploración en ambas hubiese dado también una mayor profundidad a esta tragedia.

En el centro de la película se encuentra el actor Youssouf Djaoro, quien está en perfecta sintonía con el tono y el estilo que su director quiere dar al filme. Sereno como una balsa de aceite, deja entrever toda la tormenta que se desata en si interior sin apenas cambiar su expresión y creando más una sombra de ello que un gesto.
Gracias a su interpretación, la película discurre con total serenidad y dirigida hacia una evidentemente inevitable tragedia a la que se asiste con estoicismo, ya que “Un hombre que grita” no es un drama con sentimientos en la superficie, es un filme que sin necesidad de telegrafiar sus emociones transite toda la carga que se propone.

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