Carlos Reygadas X2


Japón (2002)
Opera prima deslumbrante. Comala o Luvina contemplados por una cámara con vida propia, que prefiere los movimientos en permanente suspenso al montaje por cortes. Lugares hostiles pero nada inhóspitos, de hombres brutos, de piedra, que adoran a la virgen desde la pulsión sexual, de mujeres del color de la tierra, sumisas que rezan, curan con ungüentos caseros y gustan de "Diosito" Jesucristo. Estampitas y fotos sensuales de modelos en parajes sin espejos, es decir sin futuro, que deben crear sus imágenes a partir de "las hilachitas de una esperanza".



Figuritas adultas en una narración de alegorías con personajes símbolo. El hombre sin fe que se arrastra como un insecto bajo la lluvia. El que vive en la ciudad, que viaja al mundo de la pobreza y allí se reconoce en lo más bajo habiéndose creído otra cosa. Un padre que le pega a su hijo por costumbre. Un hijo que le pega a su perro por escalafón natural. Animales de pocas palabras. Los de afuera vienen a robar los cimientos y la verdadera dueña de la tierra dice que son piedritas nomás y que ella no es aferrada. El pueblo prefiere dejarse robar a pelear por lo que es suyo. "Lo que es de uno es de uno", dice la voz de la propiedad privada, con los distintos sentidos que la frase contiene. Todo mezclado con registros documentales que muestran que los chicos del lugar, en serio, nunca vieron una cámara de cine. Con imágenes del hambre sin lágrimas y varias autorreferencias al rodaje. Música de violines y sopranos en ritmo lento como los lugares donde transcurre. Contemplación comprometida. Momentos inquietantes. Fascinante como en el mundo de Juan Rulfo.-



Stellet Licht (2007)
Después de Japón y la controvertida Batalla en el cielo, su tercer largometraje Luz silenciosa (Stellet Licht, 2007) parece transcurrir por el camino del éxito habiéndose hecho ya con el Premio del jurado en el Festival de Cannes y recientemente con el Colón de Oro del Festival de Cine Iberoamericano de Huelva.

Con tanto premio había empezado a temerme lo peor, y es que soy hombre de poca fe, más bien de ninguna, pero una vez vista la cinta recupero el resuello al constatar que Reygadas sigue fiel a su personalísimo estilo y persigue explorando por territorios anejos a los de sus cintas precedentes.

En este caso el realizador mexicano aborda un tema tan universal y básico como el de las veleidades del amor que abocan a la infidelidad, pero desde un ángulo de percepción que diríase que nos encontramos ante algo radicalmente diferente.

Puede contribuir a tal singularidad y gravedad el hecho de que la trama se sitúe en una comunidad menonita, una de cuyas principales características es precisamente la rigidez y estricto sometimiento a los dictados de su religión, una forma anticuada de protestantismo en donde el adulterio es impensable.

Pero en cualquier caso, y aunque el entorno casquivano catapulta la dimensión dramática de la trama, el tratamiento de Reygadas es lo verdaderamente diferencial. Recurriendo una vez más a la verdad y potencia de las miradas de sus actores rescatados de entre el pueblo, en este caso menonitas auténticos de las comunidades de México, Alemania y Canadá, transmite con aplastante convicción las grandezas y miserias de un amor fuera de guión y que trasciende lo meramente pasional.



No abandonará su particular aire cadencioso e íntimo, exasperantemente pausado si se quiere, que parece pretendiera detener el tiempo para mejor penetrar en la razón de ser de las cosas.

Sin más acompañamiento musical que el propio de la naturaleza o el de los quehaceres cotidianos logrará un maravilloso efecto sinestésico creando en nuestra mente texturas tactiles a través de esos sonidos primarios e imágenes granulosas. Es fascinante sensualmente hablando lo evocador que puede ser recuperar la consciencia sobre sonidos tan presentes e ignorados como el persistente y rítmico cantar de los grillos en una noche estrellada o el chapoteo sordo del agua enjabonada al lavarnos la cabeza.

Y si a esto añadimos esos encuadres imposibles donde todo parece incomprensible hasta que de repente entra el foco de atención que da sentido al marco, ese tratamiento tan cuidado y especial de la luz jugando con las sobreexposiciones para suscitar atmósferas oníricas e irreales, esa fotografía que redescubre los valores visuales de las simetrías… Son tantas cosas.

En fin, no me extraña que Iñarritu o Cuarón hayan salido en defensa de Reygadas ante los críticos que sólo entienden el objeto finalista de las cosas obviando la importancia la lírica de los sentimientos y del movimiento interior de emociones que también encierra el tempo reflexivo.

Y termino. Estamos ante cine con mayúsculas. Pero, atención, ni es fácil ni tiene porqué gustar, lo que es perfectamente respetable. Sólo para naturalezas indagadoras.

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