Samaritan Girl: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra

CRÍTICA por Tònia Pallejà para LA BUTACA

A la absolución por el pecado

La fiebre amarilla que desde hace años viene contagiándose entre los espectadores de Occidente tiene implacables focos de infección como Kim Ki-duk, avanzadilla de un cine coreano que en la actualidad arrasa allá por donde pisa. Considerado enfant terrible de la cinematografía asiática por su carácter ecléctico, intuitivo y atrevido, inevitable cómplice de los festivales europeos, agraciado por la crítica y puntual reclamo para el públi-co predispuesto a dejarse seducir por aquellas latitudes, este autor surcoreano ha con-seguido con apenas cuatro largometrajes, tras la polémica "La isla", que cada uno de sus nuevos títulos sea recibido con la expectativa de hallarse delante de una casi obligada obra maestra —dicho todo esto con las reservas de una escéptica nata que contempla las modas, con sus efectos de novedad, generalización, explotación comercial y sa-turación, como lo que son—. El estreno de "Samaritan girl" tan sólo tres semanas después de su, en realidad, trabajo posterior, "Hierro 3", y con siete meses de distancia respecto a la presentación de "Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera", parece responder también a uno de esos caprichos inexpugnables de la distribución en España —tampoco vayamos a llorar muy alto, que hay patios peores y se encuentran en este mundo—, que ha aprovechado el filón abierto por un director otrora difícil de colocar en la cartelera y por cuyos proyectos ahora todos se rifan, para sacar del almacén y poner sobre el mostrador todo el material disponible, que "nos lo arrancan de las manos".
"Samaritan girl", avalada por un Oso de Plata en el Festival de Berlín, nos presenta a Jae-young y Yeo-jing, dos jóvenes e íntimas amigas que se introducen en complicidad en el mundo de la prostitución para poder pagarse dos billetes de avión hacia un destino que no llegaremos a conocer. Mientras Jae-young presta su cuerpo a la causa, Yeo-jing se encarga de arreglarle las citas por Internet con los hombres maduros que reclaman sus servicios, maquillarla y custodiarla en el lugar de encuentro —dicho en otras palabras, ejerce como proxeneta de su conforme compañera de colegio—. Paradójicamente, Jae-young se toma aquella actividad casi como un juego inocente, y su compinche apechuga con los celos y los sentimientos de culpa derivados de estar realizando un acto sucio que teme las deje marcadas de cara al futuro —no en vano es ella, también, quien lava a su amiga después de cada cita, y manifiesta un odio irascible contra los clientes y el género masculino en general—. Las cosas cambiarán con una inesperada tragedia que llevará a Yeo-jing, hija de un policía viudo, a ejer-cer como "samaritana" con los antiguos clientes de Jae-young para resarcir sus resquemores y seguir en contacto con su amante, al tiempo que su preocupado padre descubrirá las actividades de la adolescente y, en un descenso a los infiernos, se lanzará a purgar la situación a su manera.

Al cine de Kim Ki-duk hay que tenerle paciencia, y "Samaritan girl" no es la excepción: es una de esas películas que en un principio desconcierta, incluso ahuyenta, pero que va ganando cohesión y atractivo conforme avanza, hasta que termina convenciendo del todo con esa oportuna metáfora que le pone broche en lo que constituye su desenlace final. Dividida en tres capítulos que coinciden con los distintos giros que toma el relato, su engañosa primera media hora parece una invitación a tirar la toalla: repele cualquier intento de lógica, empatía o credibilidad al ir presentando, a trompicones, los absurdos comportamientos de unos personajes a los que no hay por donde coger, no porque por extremos resulten menos probables, sino porque no se encuentra entre las prioridades de Ki-duk el hacerlos convincentes —el grotesco incidente de la ventana o la posterior visita a la casa del músico rayan lo surrealista—. Sin embargo, el film mejora en interés y desarrollo dramático a medida que toma otros derroteros, encaminándose a retratar dos dolorosas historias de sacrificio, expiación y amor paralelos: el que lleva a cabo la muchacha protagonista y el de su protector padre. Es en esa hora restante cuando Kim Ki-duk demuestra su destreza para volver sugestivo el simple flujo de los acontecimientos, con su característico estilo narrativo, más contemplativo, introspectivo y fracturado que explicativo, donde el empleo del sobreentendido, la economía de diálogos y la constante destilación de poesía visual apoyada en las localizaciones discurren en un pulso sigiloso e hipnótico para ir completando ese puzzle que saca a la luz los más profundos sen-timientos y motivaciones de sus criaturas.

A diferencia de las bucólicas "La isla" y "Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera", "Samaritan girl" comparte con "Hierro 3" la ciudad como entorno y una visión pesimista de la vida urbana, asociada al delito, la deshumanización y la soledad, así como la introducción, esta vez más reiterativa, de las nuevas tecnologías en la trama: decisivos serán aquí los chats y el teléfono móvil. No obstante, la naturaleza como contrapunto de serenidad sigue estando presente tanto en ese parque que visitan las dos jóvenes, y en la profusión de hojarasca amarillenta como nota de color, co-mo en esa escapada final que conduce a padre e hija al campo, y que les sirve para acortar sus distancias y prepararse para saldar sus culpas. En "Samaritan girl" se vuelven a reunir otras de las obsesiones temáticas de Kim Ki-duk: la prostitución —tratada con anterioridad en "Bad guy" y "La isla"—; el reflejo, dibujado a conveniencia, de una sociedad enferma que, en este caso, está poblada por intachables padres de familia que se acuestan con muchachas más jóvenes que sus adolescentes hijas; los personajes marcianos, heridos y marginales, abocados a tragedias griegas; la incomunicación, la amoralidad o esa huída hacia atrás que di-rige a actos de expiación y sacrificio, no entendibles desde la épica, pero sí significativos según el orden interno de valores que rigen a sus protagonistas. Pero, sobre todo lo demás, llama la atención la forma tan particular en que Ki-duk mezcla los componentes más truculentos y pseudo-porno-gráficos con otros elementos espirituales y religiosos, y, asimismo, el con-traste que se da entre esos dos extremos, al sorprendernos la convivencia de los puntos de vista más abiertamente morbosos y más inusitadamente naïf y pudorosos para construir un mismo discurso, profundamente espiritual y de turbio moralismo. Así, "Samaritan girl" es una película con mu-chas escenas de cama pero nulo sexo explícito, donde el hecho de prostituirse es presentado con un insólito candor e ingenuidad, pero que sin embargo no titubea a la hora de ofrecernos una relación con tintes lésbicos que explota el irrisorio tópico de las colegialas uniformadas que comparten momentos íntimos en las duchas; o que frente al regalo de sangre y violencia de algunas secuencias, resuelve —dicho sea de paso, magistralmente— un escabroso suicidio mediante un decoroso fuera de campo; por no mencionar las constantes referencias a la religión en boca del personaje del padre que se dan cita en un film de raíces cristianas en que la absolución se busca a través del pecado. Es como si Benny Hill se diera la mano con Paul Schrader.

Podría dar la impresión de que es ésta una película menos ambiciosa en forma y fondo que sus predecesoras, sin esa persecución de trascendentalidad místico-filosófica, a ratos pretenciosa, que empañaba "Hierro 3" o "Primavera, verano, otoño, invierno… y prima-vera". Pero bajo su pequeña y menos evidente apariencia, más pedestre, realista y oscura, "Samaritan girl" esconde un complejo y riquísimo trabajo de contenidos. Un film lleno de posibilidades reflexivas y estéticas, algunas mejor aprovecha-das que otras, donde las bondades superan las decisiones equivocadas y los traspiés —tramposa es esa escena onírica del último tramo—, arrojando un buen puñado de fascinantes escenas rebosantes de alegoría —las estatuas del parque que representan a una familia y a la que las dos jóvenes se integran al sentarse junto a ellas, el paso del tiempo y el peso de los conflictos simbolizados por las hojas secas que cubren el coche en el que aguarda ese atormentado padre, o la lección de conducción junto al río, por citar sólo algunas—. Aun con todas sus incursiones en cuestiones controvertidas que sirven como telón de fondo circunstancial —y que, pese al riesgo que suponían, son despachadas por Ki-duk sin que apenas se le vaya la mano—, queda para el recuerdo una inusual y conmovedora historia de entrega, renuncia y tutelaje paterno-filial ejecutada con osada maestría.




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